OPRIME
L’Aldea Nicho Cultural.
La historia de un “¡Olé!”
cosmopolita
En el casco histórico de La Candelaria encontré L’Aldea, un nombre abreviado como los de la langue française que junto con el origen español de su fundadora y la decoración rústica del espacio, hacen de este Nicho Cultural un ecosistema en constante evolución, pero siempre al servicio de la cultura, la educación y el arte. Encontrarla fue difícil. No hay señalización en su fachada y, como es natural de la zona, está ubicada en una calle angosta donde el atractivo turístico suele celebrarse desde fuera. Solo el muralismo totémico verificó mi llegada. Búhos, águilas, tigres y algo parecido a un chimpancé le dan un aire ritual a sus paredes. Adentro, las tejas de zinc y la organización dispersa me llevaron con la imaginación a una cantina, un almorzadero, una cancha de tejo y hasta a la sala de un artesano de sombreros vueltiaos, todo al mismo tiempo. Mientras me comía una Paella de 12.000 pesos —una experiencia culinaria—, en diagonal un grupo de amigos pedaleaban una bicicleta estática que, luego me enteraría, está conectada a una licuadora. ¿El objetivo? Combinar ruedas con aspas para reducir el precio de sus bebidas. L’Aldea Arde, como aparecen en sus redes sociales, es un espacio multifuncional nacido en 2012 en un intento de formar redes de divulgación y vivencia cultural. Iniciaron con una exposición de artistas que tomó vida propia en una galería. Luego vinieron el café, los talleres, las hamacas, los libros, las gentes y quién sabe qué siga. Como lo dice su descripción oficial, no son una casa ni un restaurante ni mucho menos una galería o sala de conciertos, son L’Aldea Nicho Cultural. Adentro la ancestralidad de los murales de bienvenida se vive en la circularidad de las conversaciones donde todos son escuchados y la tarima se respeta. Así me lo hizo entender Maria Teresa Salcedo, investigadora del Grupo de Antropología Social del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, quien hizo énfasis en que tales dinámicas no eran producto del recuerdo específico pero sí de la “memoria cultural a través de su receptáculo: el cuerpo”, puntualizó.